De nuevo, el genio. De nuevo, Da Vinci

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Una vez más las noticias demuestran que no todo el pasado está escrito. Una nueva obra de Leonardo Da Vinci, Salvator Mundi, ha saltado a los medios de comunicación por su próxima subasta. Si bien fue «descubierta» en 2005, aún permanecía en manos privadas.

Os dejo, como es habitual, un par de enlaces por si queréis profundizar en la noticia.

https://elpais.com/cultura/2017/10/10/actualidad/1507658841_918386.html

http://www.abc.es/cultura/arte/abci-sale-venta-unica-pintura-vinci-manos-privadas-201710101849_noticia.html

 

Paradigmas de la Representación Femenina en el Renacimiento. (II de II)

     Dejé planteado en la primera parte del artículo que el otro gran género donde podíamos encontrar con abundancia a la mujer en la pintura renacentista, además de en la pintura religiosa y la mitológica, de la que ya hemos visto una muestra, era el retrato. Renacimiento, mujer, retrato…supongo que la amplia mayoría pensaría en lo mismo. 

LA GIOCONDA  

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La Gioconda. Leonardo Da Vinci. 1505. Museo del Louvre. París.

     El rostro más universal, la pintura más estudiada, copiada, parodiada, la obra sobre la que más se ha escrito y no solo por historiadores o críticos de arte: médicos, sicólogos, filósofos…de modo que ya es en sí un misterio que un «simple» rostro de mujer haya generado tanta controversia.  Pero nuestra preocupación ahora no es buscar teorías esotéricas o descubrir si Gioconda padecía hipertensión. Fijémonos en la mujer, y esta desde luego podría ser La Mujer de la historia del arte.  

     Según parece, estamos ante la esposa de Francesco Bartolomeo del Giocondo, hombre de negocios florentino. Los estilizados rostros de Boticelli, con quien por cierto parece que Leonardo no se llevaba excesivamente bien, han dado paso a una mayor redondez de la cara, el cabello rubio al moreno, y ese brillo, ese halo que rodeaba a las mujeres de las escenas mitológicas, ha desaparecido. Es lógico, en un retrato, la idealización de la belleza de la retratada (si es que la tiene) tiene unos límites que no acotan a la representación mitológica.  

     Quizás al fijarnos en su rostro lo que más llame la atención, desde el punto de vista de lo físico, sea la ausencia de cejas. Algunos estudiosos aluden a una lamentable limpieza realizada en el siglo XVII, hay quien lo asume como parte de la técnica del sfumato de Leonardo y una tercera opción bien podría ser que la retratada, por las circunstancias que fueran, no tuviera cejas. A veces la explicación más simple… En cualquier caso, no parece que este fuera un rasgo físico buscado ni una moda entre las mujeres renacentistas pues tanto en los otros tres retratos femeninos del propio Leonardo como en la recientemente famosa copia de La Gioconda del Museo del Prado, estas aparecen.  

     Mona Lisa aparece relajada, tranquila, su pose distendida le otorga naturalidad, verosimilitud. Sus manos delicadas nos hablan de su posición privilegiada en la sociedad. Su mirada, tratando de abstraernos de los ríos de tinta, no siempre bien vertida sobre ella, nos muestra una mujer discreta, educada, serena, con algo así como lo que hoy llamaríamos autocontrol, incluso podríamos apreciar en ella una cierta perspicacia, una cierta inteligencia  «femenina», alguien que parece estar orgullosa de su condición de mujer y de su posición social y que pese a una cierta resignación por el papel que le toca representar de supuesta inferioridad frente al varón, controla su vida y su entorno.  En mi opinión, también a la hora de captar como debía ser la perfecta esposa de la élite renacentista, el genio Leonardo acertó.  

     La gran fama de La Gioconda ha eclipsado a sus otras «hermanas» inmortalizadas por los pinceles de Leonardo.  

GINEVRA DE BENCI  

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Ginevra de Benci. Leonardo Da Vinci. 1475. National Gallery. Washington.

     Hija de un banquero, fue casada a los 17 años con un comerciante. Meses después, el embajador de Venecia, Bernardo Bembo, de cuarenta años, se enamoró de ella y siguiendo la moda de los amores platónicos, contrató a algunos poetas que cantarán las virtudes y bellezas de Ginevra.  

     Si nos recuerda más Ginevra ese canon de belleza de la época; tez pálida, cabello rubio, cuello alargado, mirada lánguida…Con ella, por primera vez Leonardo abordaba el retrato femenino, convirtiéndolo en un misterio, el aparentemente inexpresivo rostro de Ginevra posee una mirada melancólica, ausente, tal vez herida por un amor imposible o una vida que no le pertenece.  

CECILIA GALLERANI  

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Cecilia Gallerani. 1490. Muso Czartoryski. Cracovia.

     En 1482, molesto…bastante molesto por la desprendida actitud de Lorenzo, el Magnífico con Boticelli, Leonardo partió a Milán como ingeniero. Pero pronto tendría la oportunidad de demostrar sus dotes como pintor. Ludovico Sofrza, duque de Milán, le encargó un retrato de su amante a la que se encontraba completamente entregado. Leonardo capta la belleza de la joven y dota a la obra de ese tono entre poético y misterioso que obedece a los cánones del amor platónico, aunque en este caso fue algo más pues Cecilia llegó a darle hijos al duque.  

     El armiño, nota diferenciadora de este retrato con respecto a los otros, que acaricia con sus larguísimos dedos, responde a un doble simbolismo; por una parte es un símbolo de pureza y por otro hace alusión a la orden del Ermellino (armiño en italiano) a la que el duque pertenecía.  

     Existe una más que aceptable similitud en cuanto a los vestuarios y complementos que adornan a la joven con el siguiente retrato que bien nos podría dar una idea de la moda cortesana de la época; vestidos adornados con ribetes bordados de escote a la caja, collares largos, una fina cinta alrededor de la cabeza sujetando el pelo peinado con raya en medio y cubriendo las orejas son algunas de las características comunes en el atuendo de ambas damas.  

LUCREZIA CRIVELLI  

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Lucrezia Crivelli. Leonardo Da Vinci. 1496. Museo del Louvre. Paris.

     De nuevo un retrato de una amante de Ludovico Sforza del cual algunos autores dudan de su autoría.   En cualquier caso, poco más podemos añadir con este retrato a todo lo comentario anteriormente; un modelo gestual que se repite, mirada perdida, melancólica, ausencia de sonrisa…  

     Podríamos decir como conclusión a esta exigua muestra de la representación femenina en la pintura renacentista, que es en esta etapa cuando de verdad la mujer irrumpe con fuerza en la historia moderna y lo haría de la mano del arte. El que duques y príncipes quieran retratos de sus esposas o amantes, el que se las represente como diosas poseedoras de las mayores virtudes; belleza, sabiduría, rectitud…sin duda contribuiría a que poco a poco, muy poco a poco, se vaya percibiendo desde el mundo masculino a la mujer como algo más que una madre o una esposa. 

 

Paradigmas de la Representación Femenina en el Renacimiento. (I de II)

     En los siglos XV y XVI, el saber, la ciencia y el arte llegaron a cotas insospechadas en toda Europa donde, por otra parte, en una convulsa situación política, se irán asentando las bases de los estados modernos. Se va imponiendo una nueva concepción del hombre basada en la imitación de los héroes y artistas de la Antigüedad Clásica buscando a un ser humano nuevo y mejor,  pasado y presente se dan la mano. Todo, incluido el propio mundo, se concibe como una obra de arte.  

     El hombre era el centro de todo y había que buscar la felicidad en la Tierra, la mujer. Se alababa la inteligencia, la sensibilidad, la curiosidad…la Mujer….y la mujer se hizo Arte. 

     Dos serán, en general, los ámbitos de representación femenina, además del religioso que continua acaparando, se calcula, más de la mitad de las obras producidas, la mitología y el retrato. Veamos algunos casos paradigmáticos. 

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Flora, detalle de La Primavera. Sandro Botticelli. 1478. Galería de los Uffizi. Florencia.

 

Según algunos autores como Mª Pilar Queralt del Hierro, existía un canon de belleza consistente en: ojos claros, cabellos rubios, tez pálida, mejillas sonrosadas, labios finos y cuello largo y esbelto. Si esto fuera así, nos surge una pregunta, ¿fue antes el canon o el modelo?, ¡esta mujer contempla al mundo entre flores desde hace más de quinientos años! 

 

 

 

 

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La Primavera. Sandro Botticelli, 1478. Galería de los Uffizi. Florencia

     Como vemos, el modelo de belleza renacentista, anteriormente reseñado, está plasmado en la figura de Flora en La Primavera de Sandro Botticelli. El cuadro nos sugiere una lectura de derecha a izquierda. Abre la escena Céfiro, el viento del oeste, desde la derecha y en línea descendente, asiendo a Cloris, ninfa de la tierra, y cierra la composición a la izquierda Mercurio marcando una línea ascendente con su mirada y el gesto de su brazo derecho. Entre ambos, siguiendo la línea marcada por el artista: Cloris, que se transforma en Flora, Venus, diosa del amor, presidiendo la escena aunque un tanto retrasada, apartada de la escena que se desarrolla frente a ella. Podemos apreciar en esta Venus algo habitual en muchas obras renacentistas, la fusión entre el paganismo clásico y el cristianismo que, a fin de cuentas, seguía imperando. No es difícil percibir la similitud de esta Venus con una Virgen, incluso enmarcada como está en un arco de medio punto compuesto por el follaje a modo de hornacina. Sobre ella, Cupido, que lanza su flecha a una de las tres Gracias que danzan cubiertas por unos transparentes vestidos que ondean y parecen hacerlas flotar en el aire. Estas tres figuras, desprenden una sensualidad probablemente nunca vista hasta entonces en la historia del Arte, son ninfas servidoras de Venus que sin lugar a dudas evocan a la belleza ideal. No deja de ser curioso que sean precisamente los personajes que «abren» y «cierran» la obra los únicos masculinos. 

     Se trata, al parecer, de una alegoría neoplatónica acerca del amor, de una lección que podríamos resumir en que el amor carnal que surge de la tierra (Céfiro y Cloris) se desvanece (transformación de Cloris en Flora) y que el verdadero amor es el contemplativo, el espiritual, que se percibe en la mirada de Casitas (la central de las tres Gracias objeto de la flecha de Cupido) y en la de Mercurio, dirigida al cielo. 

     Pero hay más lecturas que implican directamente al papel social de la mujer. Según recientes investigaciones, el cuadro pudo ser un regalo de bodas para Lorenzo di Pierfracesco y Semiramide, un matrimonio de conveniencia en el que los cónyuges apenas se conocían. De ser así, el cuadro tendría una función aleccionadora, sobre todo para la esposa, ¡claro está!. Según la fábula romana, es tras la violación de Céfiro cuando Cloris se transformará en Flora y formarán un matrimonio feliz, de forma que esto vendría a ser una especie de mensaje tranquilizador para la novia ante su boda inminente con un completo desconocido, y esto nos lleva a una nueva curiosidad oculta en esta gran obra, podría ser un cuadro hecho con mujeres y para mujeres. 

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El Nacimiento de Venus. Sandro Botticelli. 1485. Galería de los Uffizi. Florencia

     Casi se hace imposible hablar de La Primavera, desde cualquier punto de vista, y no hacer mención a su «hermana melliza», El Nacimiento de Venus. En el cuadro se repiten multitud de elementos; de nuevo la mujer idealizada como protagonista indiscutible, de nuevo una escena mitológica, un paisaje que alude a una naturaleza igualmente idealizada. 

     En este caso Céfiro y Clotis, en actitud mucho más cariñosa que la última vez que los vimos, irrumpen por la izquierda impulsando con su aliento a Venus, una Venus Púdica que cubre su cuerpo con las manos y que más parece por su piel marmórea una estatua clásica que una pintura. Esta, arriba a la orilla sobre una venera donde es recibida por otra mujer, la Hora, una ninfa que representa a la primavera, con su túnica floreada y que se dispone a cubrir la desnudez de Venus con un manto igualmente plagado de flores. 

     Mismos rasgos físicos para las mujeres de este cuadro; tez pálida, miradas lánguidas, largos cabellos dorados… Sin duda, las diosas y ninfas de Botticelli consiguen a la perfección encarnar el ideal platónico de la belleza pues, quizás por esas miradas melancólicas y distantes, pese a su belleza física, su curvilínea sensualidad, su erótica desnudez, acercan más los sentimientos del espectador a un sentimiento de amor puro y espiritual que a la mera pasión del amor carnal. 

(Continuará)

Fuente de todas las imágenes: Wikimedia Commons